Pensar el odio

 

Pasa que te levantas de la cama (sí aunque sea la 1 de la tarde) y odias todo lo que te encuentras al abrir los ojos, odias no ser más blanca, más delgada, odias tener ese cabello grueso y no una sedosa y delicada melena castaña, o rubia, odias el grosor de tu piel, tu ceja poblada tu nariz ancha, los cientos de lunares, las inexplicables manchas, los vastos pelos, odias tener esa cintura interminable, tus piernas bosque, tu vientre volcan, odias tu risa, tu sonrisa y hasta tus chistes, odias los recuerdos que tienes de la primaria, de la secundaria, de la prepa, de la universidad, odias que se te haya ido la vida en esos lugares y hasta hoy puedas decir que esa extraña sensación que tienes es odio.

Odias odiar porque tampoco se nos permite sentirlo, porque entre el peace and love y el positive vibes eres un monstruo (una monstrua) por decir que a veces odias, que a veces te odias, que odias, odias, !Oh días! ¡Oh diosas! Regresenme al útero de mi madre y háganme buena, háganme alegre, quítenme la rabia, quítenme este odio repentino por el mundo.

Pero regresas a tu espejo y el odio se convierte en una lagrimita llena de todas tus edades, una tristeza de saber que entre tanto desamor tú tampoco te amas, y te abrazas, abrazas todo el odio que sientes por ti, abrazas el cuerpo que tan roto despertó este día, tu cuerpo, tú, toda tú, te abrazas y te repites que odiar también es sentir

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